Encontrar el rumbo: las posibilidades de América Latina y el Caribe en un nuevo mapa global

Mientras el ambiente del comercio internacional se enrarece y se asoma una nueva geometría global, la región debe prepararse para aprovechar las oportunidades que surjan de ella, un esfuerzo centrado en tres factores claves: tecnología, sostenibilidad y geopolítica.

21 de abril de 2025

Durante el primer trimestre de 2025, las búsquedas en Google de la palabra “arancel” llegaron a un nuevo máximo histórico en el mundo, al cuadruplicar la actividad registrada un año atrás. Que ese sea el término indagado de mayor crecimiento en los últimos tiempos, al menos en lo relacionado con la economía, refleja las preocupaciones de la opinión en los cinco continentes en torno a los nuevos vientos que soplan en la arena internacional.

Y es que más allá de las opiniones que cada cual pueda tener frente a las decisiones individuales de tal o cual país, aparece un escenario distinto. Tal como lo señala un escrito reciente del Foro Económico Mundial, “el ambiente del comercio global se está volviendo más incierto para los negocios”.

Vale la pena anotar que el deterioro no es del todo nuevo. Según la organización Global Trade Alert, la cantidad de políticas de corte proteccionista en el planeta pasó de unas 600 en 2017 a cerca de 3.000 anuales en 2022, 2023 y 2024.

Otra realidad

Aun así, tal parece que esos registros serían superados este año, en la medida en que decisiones unilaterales de un lado son respondidas con sanciones equivalentes del otro.

Tanto por el tamaño de su intercambio con otras latitudes como por su peso en la economía mundial, el hecho de que Estados Unidos sea ahora el abanderado del alza de aranceles introduce elementos nuevos en la ecuación. Nadie sabe a ciencia cierta cuál será el efecto de lo que constituye un verdadero cambio de paradigma, entre otras porque algunas de las secuelas tardarán años en manifestarse. En el entretanto, la incertidumbre está a la orden del día y se extiende a lo largo y ancho del globo.

La región de América Latina y el Caribe no es ajena a ese sentimiento. Tras cerca de una década de crecimiento mediocre, inferior al promedio mundial, la región necesita avanzar de manera más rápida para conseguir una mejora en sus indicadores sociales y de bienestar.

Cómo ubicarse mejor dentro de un mapamundi cambiante es una inquietud válida que merece las respuestas adecuadas. Si bien la solución pasa por poner en marcha políticas domésticas que garanticen el buen manejo macroeconómico y que estimulen la inversión sostenible, no hay que perder de vista lo que ocurre en el plano internacional.

Para comenzar, porque un desempeño dinámico depende no solo del consumo interno, sino de saber aprovechar las oportunidades en el ámbito externo. Basta recordar que, según cálculos de Cepal, en 2024 las exportaciones de bienes latinoamericanos y caribeños ascendieron a 1,47 billones de dólares y las de servicios a 267.601 millones de dólares, con alzas respectivas del 4% y 12% frente al año previo.

Uno de los desafíos más importantes a nivel regional es saber insertarse en las cadenas globales de valor que siguen existiendo, a pesar de que la fragmentación entre bloques de naciones sea ahora más la norma que la excepción. Capitalizar las oportunidades es posible, pero ello requiere capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias y la puesta en marcha de estrategias adecuadas.

Existen varios análisis juiciosos que identifican las tendencias y hacen propuestas concretas. Uno de ellos, que mira a la nueva geometría internacional, salió a la luz pública meses atrás, con el auspicio de CAF –banco de desarrollo de América Latina y el Caribe– y en el marco de una alianza con el Americas Institute de la Universidad de Georgetown en la ciudad de Washington.

Escrito por Antoni Estevadeordal, Theodore Kahn y Alejandro Werner, el documento contiene aportes importantes que sirven para reaccionar en un ambiente todavía más enrarecido por las confrontaciones de orden comercial.

Recuento breve

No está de más recordar el contexto reciente en el que se ha movido la economía mundial, tras el auge de la globalización sucedido a finales del siglo pasado y comienzos de este. La crisis financiera internacional que estalló a finales de 2008 trajo consigo un primer campanazo de alerta que se tradujo en ritmo más lento en el comercio intrafronterizo, los flujos de inversión o la expansión de las multinacionales.

Tras ese primer tropiezo, otros hechos complicaron más la marcha. Para comenzar, las disputas comerciales entre Estados Unidos y China, que incluyeron en la segunda mitad de la década pasada no solo aranceles más elevados, sino restricciones explícitas a la compra y venta de componentes electrónicos y microprocesadores. De manera más limitada, el retiro de Gran Bretaña de la Unión Europea, por cuenta del Brexit, golpeó al esquema de integración más importante del planeta.

Pocos años después llegaría la pandemia, cuyos efectos no se limitaron al plano sanitario, sino que afectaron la economía y la marcha de las sociedades. Justo cuando parecía que el regreso a la normalidad estaba asegurado, la invasión de Rusia a Ucrania, junto con el deterioro o de la situación en Oriente Medio, trajo nuevas emergencias.

Aparte de los trastornos que los eventos señalados implicaron para el libre movimiento de personas y mercancías, incluyendo un alza inesperada en la inflación, las tensiones geopolíticas aumentaron. Tales urgencias se combinaron con la preocupación de contener el calentamiento global y el surgimiento de fuentes de energías renovables no convencionales.

Algunos de los hechos señalados hicieron que para comienzos de la presente década algunos flujos comerciales mostraran variaciones significativas. Por ejemplo, México pasó a ser la principal fuente de importaciones de Estados Unidos, desplazando a China.

De la mano de ese cambio, tuvo lugar un proceso de relocalización de plantas, notorio tanto en Asia como en algunos puntos de América Latina y el Caribe (LAC). Así, Vietnam ganó participación, mientras que el territorio mexicano, junto con República Dominicana y Costa Rica en menor grado, recibió mayores flujos de inversión extranjera directa.

Ahora, en medio de los vientos cruzados que incluyen la ruptura o el congelamiento de alianzas de vieja data, a los que se agregan interrogantes sobre el futuro de la economía mundial, puede haber la inclinación a posponer ciertas decisiones relacionadas con proyectos nuevos.

No obstante, los desafíos de corto y mediano plazo que traen las barreras proteccionistas y los conflictos comerciales de duración indeterminada no alteran el curso de movimientos de carácter más fundamental.

Los elementos

El trabajo sobre la nueva geometría se centra en tres factores que han sido, son y serán determinantes en la marcha del comercio global: tecnología, sostenibilidad y geopolítica. Más allá de las amenazas que aparecen, el volumen alcanzado es de tal magnitud que dar marcha atrás no será fácil.

De acuerdo con Unctad, organismo de Naciones Unidas, en 2024 se llegó a un nuevo máximo histórico de 33 billones de dólares en el intercambio de bienes y servicios, un billón más que en el año precedente.

Si bien ambas categorías crecieron, el dinamismo de la segunda, con un alza del 7%, fue determinante para el resultado.

Para Estevadeordal, Kahn y Werner, la evolución observada a lo largo de las décadas pasadas es consecuencia del cambio tecnológico que se expresa en avances en el transporte y las comunicaciones.

Hechos como la adopción de los contenedores en la carga marítima o Internet han sido definitivos para reducir costos y facilitar la especialización que lleva a la separación geográfica de distintos eslabones, los cuales acaban formando parte de las cadenas globales de valor.

Hacia adelante, el despliegue de inteligencia artificial, robótica avanzada, manufactura aditiva, Internet de las cosas y análisis de datos a gran escala, servirán para hacer más eficientes los procesos y abrirán nuevas oportunidades tanto en el campo de los bienes como en el de los servicios.

Tales progresos influirán en decisiones como la localización de plantas. Por ejemplo, la automatización hace menos crítica la búsqueda de una mano de obra más barata.

No menos importante es el énfasis en la sostenibilidad en un planeta que siente en forma incremental los efectos del cambio climático. Si bien el énfasis en acelerar la descarbonización varía, las transformaciones están a la vista.

Según el más reciente reporte de la Agencia Internacional de Energía, hay en marcha un cambio profundo en las fuentes y usos de la electricidad. En el caso de las primeras, la capacidad instalada de las plantas renovables de bajas emisiones llegó a unos 700 gigavatios en 2024. Debido a ello, en Estados Unidos los parques eólicos y solares ya representan el 16% de la generación, mientras que en China la proporción es del 20%.

Parte de lo sucedido está relacionado con la disminución en el valor de estas tecnologías y del costo creciente que se les asigna a las mayores huellas de carbono. Es de suponer que la tendencia observada va a continuar y podría avanzar más rápido dependiendo de la existencia de sistemas de almacenamiento eficientes de gran tamaño por cuenta de baterías más poderosas que las actuales.

A lo señalado se suma la previsión de que los centros de datos que demandará la expansión de la inteligencia artificial impulsarán con fuerza una demanda de energía que hoy crece a dos veces el ritmo de la economía global. Más instalaciones y redes de distribución, entre otros, llevarán a que aumente el apetito por minerales críticos como litio, cobre, níquel o cobalto.

Tales previsiones se verán influenciadas con lo que pase en el terreno geopolítico. Dado el resquebrajamiento de alianzas que parecían sólidas, en el panorama hay más dudas que certezas. Aun así, suena válido afirmar que las tensiones entre Estados Unidos y China continuarán, con un énfasis en comercio y tecnología. Igualmente, Europa se encamina a encargarse de su propia defensa y Canadá parece decidido a tender puentes con otras regiones.

Respecto a buena parte de las economías emergentes, la no alineación con ninguna potencia global o regional parece ser la norma. Las turbulencias políticas, la polarización de la opinión y la presencia del populismo dan la impresión de seguir presentes, algo que tendrá repercusiones en el clima de negocios y las corrientes de comercio.

De la crisis a la oportunidad

Frente a este panorama, América Latina y el Caribe muestra una serie de luces y sombras. Junto a recursos naturales inigualables que incluyen geografía, biodiversidad, tierra, agua y yacimientos minerales, aparecen otras realidades en una región que, con excepción de México, sigue concentrada en la exportación de bienes primarios y tiene un papel muy discreto en las cadenas globales de valor.

No obstante, existe un gran campo de acción. Las recomendaciones que hacen Estevadeordal, Kahn y Werner son precisas y muestran cómo aprovechar las oportunidades que trae un futuro lleno de desafíos.

Estas comienzan con la posibilidad de beneficiarse y capturar valor en medio de la transición tecnológica digital en marcha. Aparte de aprovechar las fuentes de energía limpia con las que cuenta para promover la construcción de centros de datos asociados a la inteligencia artificial, el albergar una población joven y relativamente bien educada le abre espacios en el área de los servicios profesionales. Aquí la prioridad es disminuir barreras y establecer un buen marco regulatorio que facilite la inversión local y foránea, al igual que el uso de habilidades locales.

Como segundo tema, los autores abordan el potencial del crecimiento verde, en un área cuya matriz de generación de electricidad es no contaminante en su mayoría. Allanar el terreno para el desarrollo de tecnologías limpias como el hidrógeno verde, pasa igualmente por la búsqueda de una mayor electrificación del transporte y la colaboración entre la academia y la industria. Métodos sustentables de producción permitirán no solo acceder a mercados atractivos, sino preservar la riqueza natural que es clave para la vida en el planeta.

Un tercer punto es conseguir atraer inversiones en medio de los riesgos geopolíticos crecientes. A su favor, los países latinoamericanos y caribeños se ubican en un territorio libre de tensiones fronterizas en el que no existen armas de destrucción masiva.

Tales cualidades le hacen más fácil moverse en un mundo multipolar y permiten la diversificación de mercados, lo cual exige actividad diplomática, participación en foros internacionales y negociación de tratados de libre comercio. Dicho esfuerzo requiere venir acompañado de reglas de juego estables y marcos jurídicos confiables, además de avances en el combate a la corrupción y el crimen.

Aparte de lo anterior, surge el punto de desarrollar alianzas en otras latitudes con el fin de impulsar iniciativas de políticas globales mutuamente benéficas. Acercarse a la Unión Europea, que viene de suscribir un pacto con Mercosur, o profundizar vínculos con Estados Unidos es una opción, al igual que tender puentes en Asia.

La lista concluye con la agenda de la integración regional y global, todavía pendiente de avances contundentes. Como es conocido, el comercio interregional en LAC es inferior al 15% del total, muy por debajo del que se observa en otras zonas.

Hacer la tarea pendiente pasa por promover la convergencia de una serie de normas, comenzando por las reglas de origen. En lugar de la colcha de retazos que sale de múltiples tratados, la propuesta es la unificación en un solo régimen, con lo cual se podrían utilizar insumos de un país sin que el otro vea comprometido su acceso preferencial a un mercado.

Adicionalmente, aparece el objetivo de tomar medidas de facilitación del comercio que impulsen la conectividad en el hemisferio. Romper los cuellos de botella que elevan los costos de transacción y limitan el flujo de bienes es una prioridad. Medidas como la ventanilla única o las iniciativas de coordinación fronteriza podrían crear círculos virtuosos.

Por último, está la insistencia en proseguir por la senda del regionalismo abierto. Como lo muestra la evidencia disponible, un mayor nivel de intercambio de bienes y servicios que venga acompañado de la libre movilidad de los capitales impactaría positivamente el crecimiento latinoamericano y caribeño.

La agenda de cosas por hacer es extensa, pero la oportunidad está ahí en un mundo que apunta a ser más, y no menos, complejo.

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