Los bancos de desarrollo en la era del riesgo: de instituciones financieras a arquitectos del futuro

Fecha artículo: 26 de noviembre de 2025

Autor del post - Juan Carlos Elorza

Director de Análisis Técnico y Sectorial, CAF- banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-

Durante mucho tiempo, los bancos de desarrollo fueron vistos como piezas técnicas instrumentales de políticas públicas muy específicas: instituciones financieras, prudentes y enfocadas en llevar los recursos necesarios a la infraestructura. Hoy, ese papel se viene transformando profundamente. En la “era del riesgo” (un tiempo de crisis climáticas, tensiones geopolíticas y disrupciones tecnológicas) los bancos de desarrollo han pasado de ser financiadores de proyectos a convertirse en instrumentos integrales de política pública con propósito estratégico. No solo canalizan recursos: construyen resiliencia, impulsan innovación y sostienen la esperanza de que el desarrollo sostenible no sea solo un discurso, sino una práctica posible y objeto clave de la agenda de políticas públicas.

En sus orígenes, los bancos de desarrollo de América Latina y el Caribe surgieron para cubrir un vacío: financiar aquello que el sector privado no podía o no quería asumir. Carreteras, puertos, energía, agua, entre otros. Eran proyectos grandes, costosos y de largo plazo, muy riesgosos. Pero con el tiempo, su misión se amplió. La región comprendió que no hay infraestructura sostenible sin inclusión social, ni crecimiento económico sin cohesión.

Hoy, los bancos de desarrollo diseñan políticas públicas tanto como las financian. Articulan con gobiernos, reguladores y empresas para definir prioridades nacionales, movilizar inversión privada y medir impactos reales. Son el puente entre el Estado y el mercado; el punto de encuentro entre la política y la economía. En palabras del economista José Antonio Ocampo, uno de los mayores referentes en la materia, estas instituciones “no son simples bancos, sino agentes de transformación estructural capaces de corregir fallas del mercado y guiar el desarrollo hacia el bien común”.

La era del riesgo: un nuevo tablero global

El siglo XXI ya se define por un rasgo central: la incertidumbre. Pandemias, crisis financieras, desastres naturales y transición energética, cambios tecnológicos acelerados y desarticulación del multilateralismo global, han convertido el riesgo en la nueva normalidad. En América Latina y el Caribe, la región más desigual y vulnerable al cambio climático del planeta, esta realidad se siente con más fuerza.

Los bancos de desarrollo han entendido que ya no basta con financiar proyectos rentables; ahora deben financiar futuros posibles. Su rol se ha vuelto doble: estabilizar economías en crisis y preparar sociedades para desafíos que aún no conocemos.

Durante la pandemia de COVID-19, fueron la primera línea de defensa financiera. Financiar sistemas de salud, apoyar a las pymes y sostener el empleo se volvió una prioridad. Pero más allá de la emergencia, también comenzaron a pensar la recuperación con enfoque sostenible: energía limpia, infraestructura digital, cadenas de valor resilientes y finanzas verdes.

Esa capacidad de respuesta rápida, sumada a una visión de largo plazo, es lo que define hoy a la banca de desarrollo como un brazo operativo muy efectivo de las políticas económicas de muchos gobiernos.

El viraje hacia la sostenibilidad y la inclusión

La transformación misional de los bancos de desarrollo no fue un salto espontáneo, sino el resultado de una evolución institucional sostenida que los preparó para asumir una nueva agenda: la del desarrollo sostenible. Sobre la base de avances sólidos en gobernanza, transparencia y capacidad técnica, estas instituciones ampliaron su mirada más allá del crédito y la infraestructura para convertirse en vehículos estratégicos de sostenibilidad.

Hoy, la sostenibilidad ambiental y la inclusión social no son un complemento de su trabajo, sino el eje que lo define. En toda la región, los bancos de desarrollo impulsan proyectos de energía limpia, agricultura climáticamente inteligente, movilidad sostenible e infraestructura resiliente, al tiempo que promueven equidad y productividad social a través del financiamiento de la educación, la salud, el acceso al crédito y programas de género que cierran brechas históricas.

Este viraje no representa un abandono de su misión original, sino su maduración institucional hacia un rol más integral, donde la estabilidad financiera se combina con la equidad e inclusión social y la sostenibilidad ambiental como pilares inseparables del desarrollo.

No es solo una postura ética, sino estratégica. Las instituciones que no integren sostenibilidad e inclusión perderán relevancia en un mundo donde los inversionistas y los ciudadanos exigen coherencia y resultados medibles. Los bancos de desarrollo, con su doble mandato público y financiero, están en la posición ideal para alinear la rentabilidad con el impacto.

Innovar para multiplicar el impacto

El nuevo ecosistema financiero también está cambiando la forma en que los bancos de desarrollo operan. La innovación ya no se limita a la tecnología: es una cuestión de instrumentos. Los bonos verdes, los bonos de impacto social, las garantías climáticas y los fondos mixtos son ejemplos de una revolución silenciosa que permite movilizar capital privado hacia objetivos públicos.

Lejos de competir con el capital privado, los bancos de desarrollo actúan como catalizadores de inversión, creando las condiciones para que el sector privado participe en proyectos con alto impacto social y ambiental. Mediante esquemas de financiamiento combinado, garantías y fondos de coinversión, multiplican el efecto de cada dólar público, transformándolo en un instrumento que moviliza recursos, confianza y escala. Esta lógica de colaboración inteligente les permite extender su alcance sin perder el foco en su misión de desarrollo.

Pero la innovación no se limita al terreno financiero. La transformación también ocurre dentro de las propias instituciones: nuevos modelos de gestión, digitalización de procesos y sistemas avanzados de medición de impacto están redefiniendo la manera en que la banca de desarrollo opera y rinde cuentas. El uso de analítica de datos, inteligencia artificial y plataformas digitales les permite llegar a más beneficiarios, reducir asimetrías de información y evaluar con mayor precisión los resultados de sus intervenciones. En definitiva, la revolución tecnológica está potenciando la eficiencia, la transparencia y la capacidad adaptativa de la banca de desarrollo del siglo XXI.

Cooperar o quedarse atrás

La “era del riesgo” no reconoce fronteras, y las respuestas efectivas tampoco pueden hacerlo. Los desafíos que enfrenta América Latina y el Caribe, desde la transición energética y la transformación digital hasta la desigualdad y la crisis climática, exigen acciones coordinadas y alianzas sólidas. En este contexto, CAF –banco de desarrollo de América Latina y el Caribe- se consolida como un eje integrador del sistema regional de financiamiento para el desarrollo, trabajando de cerca con los bancos de desarrollo nacionales y subnacionales, que son sus socios de primera línea en la implementación de políticas públicas transformadoras.

CAF no actúa en solitario: moviliza, conecta y amplifica. A través de su cooperación técnica, su capacidad de financiamiento y su rol de articulador multilateral, apoya e impulsa la creación de una red regional cada vez más cohesionada, en la que los bancos de desarrollo comparten información, metodologías y herramientas financieras para acelerar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Esa sinergia se traduce en resultados concretos: programas de energía limpia y resiliencia climática, iniciativas de digitalización para pymes, plataformas regionales de datos ambientales y proyectos de infraestructura transfronteriza que integran economías y territorios. En una región históricamente fragmentada, esta alianza representa algo más que coordinación técnica: es la base de una nueva arquitectura de integración económica y sostenible, donde CAF actúa como catalizador, mentor y socio estratégico de las instituciones que día a día financian el desarrollo desde los territorios.

Cooperar hoy no es una opción, es la única vía para construir una América Latina más resiliente, inclusiva y sostenible. Y CAF está en el centro de ese esfuerzo.

Desafíos y oportunidad: el futuro se decide hoy

El futuro de los bancos de desarrollo dependerá de su capacidad para mantener el equilibrio entre prudencia y audacia. Deben seguir siendo instituciones sólidas y confiables, pero también atreverse a innovar.

Las prioridades son evidentes:

  • Movilizar más capital privado hacia proyectos sostenibles.
  • Medir y demostrar impacto real en términos sociales y ambientales.
  • Aprovechar la tecnología para ser más eficientes y transparentes.
  • Fortalecer capacidades internas y alianzas con gobiernos, academia y sociedad civil.

En un mundo donde el riesgo se ha vuelto estructural, los bancos de desarrollo deben actuar como arquitectos de estabilidad, confianza y optimismo. Son los que pueden transformar el financiamiento en política, la política en acción, y la acción en futuro.

En la era del riesgo, los bancos de desarrollo no son refugios financieros. Son motores de transformación.

Juan Carlos Elorza

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Juan Carlos Elorza

Director de Análisis Técnico y Sectorial, CAF- banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-

Economista de la Universidad de los Andes, con una larga trayectoria en materia de política comercial, integración económica y negociación de acuerdos comerciales internacionales, tanto en el sector público como privado. Experiencia en el diseño de políticas con énfasis en comercio exterior y competitividad. Trabajó como Gerente de Política Agrícola, Ambiental y de Tierras en el Proyecto MIDAS en Bogotá. A nivel internacional, se desempeñó como Consultor Principal en el International Trade Centre y la Secretaría de Estado de Asuntos Económicos de Suiza (SECO) en Lima, Perú.

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