
Patricio Scaff
Ejecutivo Principal, Alianzas globales. CAF- banco de desarrollo de América Latina y el Caribe

A falta de menos de cinco años para el 2030, América Latina y el Caribe corre contra el tiempo para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Y en este escenario, los bancos de desarrollo son clave para aumentar las fuentes de financiamiento y por su habilidad para a conectar gobiernos, sector privado y comunidades en la implementación de soluciones eficientes.
FFD4, que se celebrará en Sevilla en pocos días, es un encuentro vital para acelerar la transformación del sistema de financiamiento internacional y consolidar a los bancos de desarrollo como articuladores estratégicos del financiamiento al desarrollo y de la consecución de los ODS. Muchas voces, empezando por el Secretario general de la ONU, consideran que este podría ser uno de los últimos momentos decisivos para redirigir el rumbo y llegar a 2030 con avances sustantivos.
Según el más reciente informe de la CEPAL, lanzado durante el 8vo Foro de los países de América Latina y el Caribe sobre el Desarrollo Sostenible, apenas un 23% de las metas muestran proyección de cumplimiento, mientras que un 41% avanza a un ritmo insuficiente y el restante 36% está estancado o retrocede. Esta situación no solo evidencia la magnitud de los desafíos, sino también la necesidad urgente de reformular estrategias, fijar nuevas prioridades y fortalecer capacidades para acelerar la acción.
El informe resalta como principales obstáculos las capacidades institucionales débiles, la falta de priorización de los ODS en los planes nacionales y las restricciones fiscales. A esto se suma un entorno macroeconómico desfavorable, agravado por la pandemia, la guerra comercial, las tensiones geopolíticas, los recortes masivos de la ayuda oficial al desarrollo y una gobernanza debilitada que afecta también al multilateralismo. Además, existe una brecha de financiamiento de USD 4 billones a nivel global. Esto exige una acción inmediata para movilizar más y nuevos recursos hacia el desarrollo sostenible.
Aunque los inversionistas institucionales manejan más de 100 billones de dólares, apenas el 6% se dirige a los mercados en desarrollo (según datos del PNUD), lo que evidencia una desconexión entre el capital disponible y las necesidades del desarrollo global. Además, según los datos del informe preliminar de Ayuda oficial al Desarrollo de la OCDE, se espera que este 2025 la AOD disminuya entre el 9 y el 17% a nivel global, por primera vez en los últimos 5 años. Esto implica fuertes desafíos en especial para los países que aún son elegibles a este tipo de ayuda.
Y es aquí donde el papel de la banca multilateral de desarrollo, como CAF –banco de desarrollo de América Latina y el Caribe- se torna fundamental. Los bancos multilaterales de desarrollo son actores esenciales en este ecosistema. Más que una fuente de financiamiento, estas entidades cumplen una función de articulación, generación de conocimiento y apoyo técnico para la implementación de políticas de desarrollo sostenible, tanto a nivel nacional como a nivel subnacional. Su rol debe fortalecerse, especialmente en los países de renta media y alta que, a pesar de su nivel de ingreso, enfrentan profundas desigualdades estructurales y serias limitaciones de financiamiento.
Reforzar su capacidad para actuar de forma contracíclica, ampliar su capitalización, y facilitar el acceso a recursos concesionales o innovadores, es estratégico para acompañar a los países en sus transiciones. En 2022 la Asamblea de Accionistas de CAF aprobó la mayor capitalización en la historia de la institución, por USD 7.000 millones, convirtiendo a CAF hoy en el único banco multilateral de desarrollo que se encuentra en un proceso de fortalecimiento de esta envergadura.
El borrador final del Compromiso de Sevilla (https://financing.desa.un.org/ffd4/outcome) que los países han negociado en la Cuarta Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo (FFD4) reconoce explícitamente este rol. Señala la necesidad de que los bancos multilaterales de desarrollo “incrementen su enfoque en impacto y sostenibilidad”, que adopten “mecanismos más flexibles de financiamiento” y que mejoren su coordinación para evitar solapamientos y maximizar la eficiencia. También llama a revisar sus modelos de negocio para permitir mayores niveles de movilización de recursos, y pone especial énfasis en la relevancia de su apoyo a países de renta media, reconociendo que enfrentan vulnerabilidades estructurales no reflejadas adecuadamente en los criterios actuales de elegibilidad al financiamiento concesional.
Además, el Compromiso de Sevilla destaca la importancia de reforzar el papel de las IFIs regionales como actores con conocimiento territorial profundo y capacidad de adaptación a contextos locales. Esto supone una gran oportunidad para seguir impulsando reformas de gobernanza en estas entidades, fortaleciendo su capital e integrarlas plenamente en la arquitectura financiera internacional orientada al desarrollo sostenible.
CAF, como banco multilateral con fuerte presencia en países de ingreso medio y medio-alto —muchos de los cuales enfrentan altos niveles de endeudamiento y un espacio fiscal cada vez más limitado— opera buscando de manera permanente ser ágiles, competitivos y receptivos a las necesidades específicas de sus países miembros y sus mercados.
El modelo de CAF le permite a sus países accionistas acceder a financiamiento en condiciones favorables y transferir esas ventajas a los países, a través de un mecanismo compensatorio que utiliza parte de sus utilidades anuales para ofrecer márgenes más competitivos a los países accionistas e incorporando medidas que permitan alivio temporal de la deuda en caso de desastres climáticos o tensiones macroeconómicas.
Asimismo, CAF moviliza recursos y el financiamiento mixto para reducir riesgos de proyectos y movilizar capital privado en sectores estratégicos —desde infraestructura verde hasta industrialización regional— particularmente donde el financiamiento tradicional es escaso o costoso.
También, una lección clara de las recientes crisis es la vulnerabilidad que implica la excesiva dependencia del endeudamiento en moneda extranjera. Por ello, CAF sigue ampliando su capacidad para prestar y estructurar proyectos en monedas locales, en respuesta directa a solicitudes de nuestros países miembros, y así contribuir a finanzas públicas más resilientes.
Para continuar y escalar este trabajo, nuestros países necesitan una arquitectura financiera internacional que reconozca la diversidad de modelos en la banca multilateral de desarrollo —y que respalde a instituciones como CAF en su esfuerzo por ampliar recursos, reducir los costos de capital y desbloquear inversiones sostenibles de largo plazo.
América Latina y el Caribe no puede permitirse una nueva década perdida. Para evitarlo, es necesario una banca de desarrollo sólida, enfocada en el impacto de sus operaciones, la eficiencia, y alineada con los ODS y la sostenibilidad, y con herramientas adecuadas para movilizar inversión pública y privada. También es necesario contar con datos confiables (y apoyar nuestros países para elaborarlos, en especial en el Caribe), generando evidencia y plataformas de cooperación que permitan una mejor coordinación y toma de decisiones eficaz.
Para acelerar esta transformación, es esencial que las instituciones financieras y las instituciones de desarrollo trabajen en conjunto, partiendo de las necesidades de los países. Solo así se podrá movilizar el capital necesario, reducir riesgos y crear condiciones propicias para la inversión. Las reformas en curso, el uso de esquemas de financiamiento mixto y eventos clave que se llevarán a cabo este año como la COP30 y la Cumbre sobre Financiamiento para el Desarrollo son señales claras de un creciente compromiso por integrar las finanzas con los objetivos del desarrollo sostenible. FFD4 debe ser el escenario donde el sistema multilateral y los actores financieros acuerden el “cómo” hacerlo posible.