
Juan Carlos Elorza
Director de Análisis Técnico y Sectorial, CAF- banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-

La integración económica y comercial en América Latina y el Caribe (ALC) ha sido un ideal repetidamente enunciado a lo largo de más de seis décadas, desde la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1960 hasta iniciativas más recientes como la Alianza del Pacífico. Sin embargo, pese a la proliferación de iniciativas, acuerdos y discursos, los resultados son modestos. El comercio intrarregional representa apenas el 14% de las exportaciones totales de ALC, frente a más del 60% en la Unión Europea y cerca del 35% en el Sudeste Asiático (CEPAL, 2022; Banco Mundial, 2023).
¿Por qué la integración en nuestra región no despega? La explicación habitual apunta a problemas de infraestructura, altos costos logísticos, políticas proteccionistas y marcos regulatorios fragmentados. Todo esto es cierto. Pero el verdadero núcleo del problema va más allá: la escasa complementariedad de los sistemas productivos y la limitada sofisticación tecnológica y productiva de nuestras economías.
En efecto, la región enfrenta barreras ya tradicionales, muy visibles pero insuficientes para explicar el rezago en el nivel de integración:
- Infraestructura débil y costos logísticos elevados. Según el Banco Mundial, los costos logísticos en América Latina alcanzan hasta el 30% del valor de los bienes, casi el doble que en la OCDE.
- Barreras arancelarias y no arancelarias. Si bien los aranceles promedio han bajado en las últimas décadas, aún rondan el 9% en la región, frente a un promedio menor al 5% en economías desarrolladas (CEPAL, 2021).
- Fragmentación política y proteccionismo: los vaivenes ideológicos han afectado la continuidad de los acuerdos, debilitando la confianza y la coordinación regional.
Estas barreras son reales y con fuerte incidencia en las corrientes comerciales entre países. Sin embargo, otras regiones que también las enfrentaron lograron superarlas gracias a un factor decisivo: la capacidad de articular cadenas de valor interindustriales complementarias.
A diferencia de Europa o el Sudeste Asiático, en ALC los países compiten en lugar de complementarse. Gran parte de nuestras producciones y exportaciones son bienes similares (commodities agrícolas, hidrocarburos y minerales) con bajo valor agregado. Según la CEPAL, más del 70% de las exportaciones de Sudamérica corresponden a recursos naturales o manufacturas basadas en ellos, mientras que en Asia Oriental el 70% corresponde a manufacturas de media y alta tecnología (CEPAL, 2022).
Esto significa que las economías de la región no encuentran un terreno fértil para crear cadenas de abastecimiento interindustrial regionales. No hay suficiente diferenciación ni especialización productiva que permita integrar procesos, como sí ocurre con la industria automotriz en Europa o la electrónica en Asia. La consecuencia es clara: la integración en ALC se limita a acuerdos formales, pero no está ligada ni genera los encadenamientos productivos necesarios para hacerla sostenible y dinámica.
A este déficit de complementariedad se suma la escasa sofisticación tecnológica. El gasto en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) en América Latina es apenas del 0,7% del PIB, frente al 2,4% en la OCDE y más del 3% en Corea del Sur (Banco Mundial, 2022). Esto se traduce en un aparato productivo que sigue anclado en sectores de bajo contenido tecnológico, con pocas oportunidades de diversificación hacia industrias más intensivas en conocimiento. El resultado es doble. Por un lado, tenemos exportaciones poco diferenciadas que compiten entre sí y no generan complementariedad y, por otro, mantenemos una dependencia de commodities que expone a las economías a la volatilidad de los precios internacionales.
Lecciones sobre este particular también están a la vista en otras regiones desde hace mucho tiempo. En la Unión Europea, la integración productiva permitió que Alemania se especializara en diseño y componentes de alta precisión, mientras países como España o Polonia asumían roles en ensamblaje. En ASEAN, países como Vietnam, Malasia y Tailandia construyeron complementariedad en la industria electrónica, cada uno aportando etapas específicas de la cadena de valor. Estos casos muestran que la integración no se sostiene solo en acuerdos políticos, sino en estructuras productivas diversificadas y sofisticadas, capaces de interactuar y generar sinergias. Dicho de otra manera, los bajos niveles de integración en la región son, entonces, sólo un reflejo de la escasa sofisticación y diversificación productiva regional.
¿Qué hacer para romper el estancamiento? El argumento central de esta nota es que el desafío de la integración regional en ALC es estructural. Superarlo requiere una agenda de transformación productiva e innovación que acompañe los esfuerzos comerciales. Con ese propósito, algunas líneas de acción clave son:
- Impulsar la diversificación productiva: invertir en sectores de media y alta tecnología que permitan crear complementariedad regional.
- Fortalecer la innovación empresarial, aumentar la inversión en I+D y fomentar clústeres de innovación.
- Promover cadenas de valor regionales y diseñar acuerdos comerciales que incluyan cooperación industrial y transferencia tecnológica.
- Modernizar la infraestructura regional priorizando proyectos de transporte, energía y digitalización.
- Alinear políticas de largo plazo para construir consensos regionales que trasciendan los ciclos políticos y reduzcan el proteccionismo en sistemas productivos que compiten.
Se dice fácil, pero todos sabemos el esfuerzo que significa poner en marcha esos 5 puntos. Por ello, la integración en ALC no debe verse solo como un ideal político, sino como un imperativo económico y social. En un mundo donde las cadenas globales de valor concentran la riqueza y el conocimiento, permanecer fragmentados implica resignarse a la periferia. Superar el rezago exige más que derribar barreras visibles; requiere transformar las bases mismas de los sistemas productivos, hacerlos más innovadores, sofisticados y complementarios.
En un ámbito no productivo, ejemplo concreto de que la integración es posible cuando existe convergencia de intereses y recursos es CAF. Desde su creación en 1970, ha logrado reunir a 23 países de dentro y fuera de la región, en una estructura financiera común que canaliza capital hacia objetivos compartidos de desarrollo sostenible. CAF demuestra que cuando la cooperación se basa en proyectos tangibles, complementariedad financiera y visión de largo plazo, es posible articular capacidades diversas en torno a una agenda común. Este modelo no solo ha fortalecido la movilización de recursos, sino que también evidencia que la integración regional, cuando se construye sobre bases sólidas de confianza, institucionalidad y propósito, puede ser un motor real de transformación productiva y social en América Latina y el Caribe.
La región cuenta con los recursos humanos, naturales y financieros suficientes para dar ese salto. El desafío es movilizarlos con visión estratégica y cooperación real. El camino es exigente, pero posible. Si América Latina y el Caribe apuestan por la sofisticación productiva y la innovación como motores de complementariedad, la integración dejará de ser un sueño inconcluso y se convertirá en una estrategia real de desarrollo compartido y sostenible.
Referencias
- CEPAL (2021, 2022). Perspectivas del comercio internacional de América Latina y el Caribe.
- Banco Mundial (2022, 2023). World Development Indicators.