Jessica Roldán Peña
Nicole Perelmuter
El mundo atraviesa una nueva etapa económica. Tras dejar atrás la recuperación post pandemia, las principales economías enfrentan un panorama desafiante; tasas de interés aún elevadas, un comercio internacional más lento y crecientes tensiones geopolíticas que reconfiguran las alianzas y los flujos globales.
A la par, emergen transformaciones de largo plazo; la transición energética y digital, el envejecimiento poblacional, la presión sobre los sistemas fiscales, el agotamiento del modelo democrático tradicional. América Latina y el Caribe no es ajena a estas tensiones, pero se perfila como una región con activos clave —recursos naturales, energías limpias, relativa estabilidad institucional— que podrían abrirle una ventana de oportunidad si sabe aprovecharla.
Un respiro en medio de la incertidumbre global
Después de un período de gran incertidumbre económica —marcado por shocks inflacionarios, tensiones geopolíticas y alzas agresivas en las tasas de interés— los mercados globales comienzan a mostrar señales de mayor estabilidad. Aunque los niveles de incertidumbre siguen siendo altos, han retrocedido en comparación con los picos observados a principios de este año, lo que ha generado condiciones financieras algo más favorables, tanto para países emergentes como para los desarrollados.
Estados Unidos, actor clave en este nuevo tablero económico, ha pospuesto o moderado parte de las medidas comerciales que había anunciado. El arancel promedio, si bien se mantiene elevado en comparación con niveles históricos, ha quedado por debajo de las expectativas iniciales, y se han firmado acuerdos bilaterales con socios clave como Japón, Vietnam y la Unión Europea. Esta distensión relativa ha mejorado el clima para las inversiones y ha permitido cierta recuperación del comercio global.
El crecimiento vuelve, pero con frenos
En este contexto, las proyecciones económicas han sido revisadas al alza. El Fondo Monetario Internacional ahora estima que la economía mundial crecerá 3,2% en 2025, un leve repunte frente a pronósticos previos. El impulso proviene sobre todo de las economías emergentes —en particular China e India—, mientras que las economías avanzadas mantienen un ritmo más modesto.
Estados Unidos, por ejemplo, enfrenta una demanda interna más débil y un menor ingreso de inmigrantes, lo que modera su crecimiento, a pesar del alivio comercial. Aun así, condiciones financieras más relajadas y la desaceleración de la inflación han sostenido la expansión de sectores clave como el tecnológico.
Sin embargo, este nuevo ciclo no implica un regreso automático a los tiempos previos a la pandemia. La economía global sigue creciendo por debajo de su ritmo histórico (3,6% anual en promedio), y los riesgos geopolíticos y comerciales continúan pesando sobre las decisiones de inversión.
Inflación, tasas y precios globales: una tregua inestable
La inflación ha comenzado a ceder a nivel global, más rápidamente en las economías emergentes que en las avanzadas. En Estados Unidos, los precios de la vivienda y la energía han ayudado a compensar los efectos inflacionarios de ciertos bienes afectados por tarifas comerciales. En otras regiones, esos mismos aranceles han reducido la demanda, aliviando también las presiones sobre los precios.
La Reserva Federal ha iniciado recientemente un ciclo de reducción de tasas de interés, lo que ha impulsado el mercado bursátil y favorecido la entrada de capitales hacia países emergentes. Aun así, persisten riesgos como la posibilidad de estanflación o una burbuja financiera en activos tecnológicos.
En cuanto a las materias primas, los precios han mostrado una tendencia a la baja. El Banco Mundial prevé que los precios de productos básicos caerán un 7% en 2025 y otro 7% en 2026, debido al menor crecimiento global, un superávit de oferta petrolera y la persistente incertidumbre comercial. El oro se mantiene firme por su valor refugio, pero el cobre y el petróleo han mostrado signos de moderación.
Resiliencia latinoamericana, pero con matices
América Latina y el Caribe han mostrado una resistencia mayor a la esperada. La depreciación del dólar, el alivio en las tasas internacionales y una menor exposición geopolítica han jugado a favor de la región. Se espera que el crecimiento promedio sea de 2,4% en 2025 y 2,3% en 2026. Sin embargo, las diferencias entre países y subregiones siguen siendo marcadas.
En México y Centroamérica, el desempeño económico reciente ha sido desigual. Algunos países han aprovechado el auge en remesas y el dinamismo de sectores como la manufactura y los servicios, mientras que otros muestran signos de desaceleración ligados a su fuerte dependencia de la economía estadounidense. Las condiciones fiscales son heterogéneas. Si bien el endeudamiento es moderado, la carga de intereses sigue siendo alta en varios casos, lo que limita el espacio para la inversión pública. La inflación está contenida, y la mayoría de los bancos centrales ya han iniciado ciclos de reducción de tasas, aunque a ritmos distintos.
En el Caribe, la recuperación ha sido más lenta y frágil. Las economías de la región dependen fuertemente del turismo, que si bien ha mostrado signos de reactivación, aún no alcanza plenamente los niveles previos a la pandemia. Esta dependencia acentúa la exposición a choques externos y a la prociclicidad. A ello se suman vulnerabilidades climáticas, como lo demuestra el reciente paso del huracán Melissa sobre Jamaica. La inseguridad, el crimen organizado y los retos energéticos siguen elevando los costos de hacer negocios, mientras que los pequeños tamaños de mercado dificultan las economías de escala necesarias para atraer inversión. El descenso en los precios de los hidrocarburos alivia parcialmente la presión sobre los países importadores, pero afecta negativamente a los exportadores netos de energía.
La región andina enfrenta una recuperación moderada, en un contexto de demandas sociales persistentes y presiones fiscales crecientes. La transición política en varios países ha generado incertidumbre sobre el rumbo de reformas clave, mientras que sectores estratégicos como el extractivo o el manufacturero se ajustan a los nuevos esquemas de comercio global. Aunque la inflación se ha moderado en la mayoría de los casos, las tasas de interés reales siguen altas y condicionan la recuperación de la inversión privada. El desafío para esta región es doble. Sostener la estabilidad macroeconómica a la vez que se avanza en una agenda de transformación productiva que permita elevar el crecimiento potencial.
En el Cono Sur, el crecimiento también es dispar. Mientras algunos países están en pleno proceso de ajuste fiscal y consolidación monetaria, otros enfrentan retos estructurales que limitan su crecimiento, como una baja tasa de inversión, rigideces del mercado laboral y elevados niveles de informalidad. La recuperación de las exportaciones ha sido una fuente importante de impulso, aunque los precios de los principales productos de exportación muestran una tendencia descendente. La reducción de la inflación ha permitido a varios bancos centrales iniciar recortes de tasas, pero el bajo nivel de reservas internacionales sigue siendo un factor de vulnerabilidad. En general, el crecimiento esperado para esta subregión se mantiene levemente por encima del promedio regional, pero aún por debajo de su potencial.
Un nuevo rol para la banca multilateral
En este nuevo orden mundial más fragmentado, con un multilateralismo bajo presión, América Latina necesita respuestas flexibles y coordinadas. Frente a estas tensiones, los bancos multilaterales de desarrollo están llamados a recalibrar su papel, combinando financiamiento, conocimiento y articulación regional, para responder mejor a las nuevas prioridades de los países.
CAF -banco de desarrollo de América Latina- puede hacerlo con ventaja; su gobernanza latinoamericana le permite adaptarse con agilidad a las nuevas condiciones geopolíticas y acompañar a los países en su propia agenda de desarrollo. Ya sea mediante financiamiento contracíclico, el impulso a proyectos transformadores, y la generación y difusión de conocimiento, CAF puede ser un aliado estratégico para un desarrollo sostenible, inclusivo y con mirada de largo plazo.
El nuevo ciclo global impone retos, pero también ofrece una oportunidad para que América Latina se posicione con mayor protagonismo. El tiempo para construir esa agenda es ahora.