
Ricardo Estrada
Economista Principal, Dirección de Investigaciones Socioeconómicas en CAF

La desigualdad educativa es uno de los problemas más graves en América Latina y el Caribe. Afecta la equidad, limita el crecimiento económico y perpetúa las brechas de origen social. Esta desigualdad se refleja no solo en cuántos años pasan los jóvenes en la escuela, sino también en el acceso a escuelas de mejor calidad.
Las causas son múltiples. Una muy importante son las diferencias en la capacidad financiera de los hogares para invertir en educación—y la ineficacia de las políticas públicas para contrarrestar su efecto. Pero esto no lo es todo. Una barrera menos visible, aunque también relevante, es la falta de información. Para muchos jóvenes de hogares con menos recursos, no es fácil saber qué oportunidades existen ni valorar si realmente son para ellos.
Imaginemos a un estudiante con buenas calificaciones, disciplina y motivación. Pero en su entorno nadie ha asistido a una escuela secundaria o universidad de alto prestigio y calidad. Las dudas aparecen: ¿será que estas opciones son buenas para mí?
Ahora pensemos en otro escenario: un año antes, un compañero de su misma escuela logró ingresar a una de estas escuelas. ¿Puede cambiar su perspectiva?
En un estudio realizado en conjunto con Jérémie Gignoux y Agustina Hatrick, analizamos justo esta pregunta: ¿puede la experiencia de un estudiante influir en las decisiones educativas de quienes vienen después?
Nos enfocamos en los Colegios de Alto Rendimiento (COAR) en Perú: una red de escuelas secundarias públicas gratuitas, con modalidad de internado, que ofrecen una educación de alta calidad a estudiantes destacados. El proceso de admisión incluye varias pruebas y es muy selectivo. A pesar de estar diseñadas para ampliar oportunidades, los estudiantes de hogares más pobres postulan menos, incluso cuando cumplen con los requisitos.
Para identificar el efecto de tener un “modelo a seguir”, comparamos escuelas donde el mejor estudiante logró justo ingresar a COAR con otras donde ese estudiante, por poco, no lo logró. Así podemos ver qué pasó con el grupo de estudiantes más jóvenes.
¿Qué encontramos? En las escuelas donde un estudiante fue admitido, el número de postulaciones aumentó en 0.52 estudiantes al año siguiente y el de admitidos en 0.17. Y lo más importante: los efectos en las postulaciones se concentran en los estudiantes de menor nivel socioeconómico.
Todo indica que el aumento en las postulaciones se debe a que los estudiantes más jóvenes pueden aprender de la experiencia en COAR de su excompañero y valorar si estas escuelas son una buena opción para alguien de su perfil.
Sin embargo, no todos los obstáculos desaparecen. Incluso entre el selecto grupo de elegibles para COAR, los jóvenes de hogares con menos recursos enfrentan brechas de rendimiento académico que limitan sus posibilidades de admisión. Además, el aumento en las postulaciones es mayor entre quienes viven cerca de un COAR, lo que sugiere que los costos indirectos, como el transporte, siguen siendo una barrera relevante.
El estudio deja una lección clara: mejorar el acceso a oportunidades educativas no es solo cuestión de recursos financieros—que por supuesto, son importantes. También se trata de referentes, información y confianza. En contextos de alta desigualdad, las políticas que logran visibilizar historias de éxito—y mostrar que son alcanzables—pueden generar efectos multiplicadores. A veces, ver a alguien cercano triunfar puede abrir la puerta para otros.