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¿Después de décadas de fórmulas y modelos de política pública dirigidas a ellas, por qué siguen siendo tan esquivas la productividad y la competitividad de América Latina y el Caribe? ¿Pero, además, es posible crear una economía en la que la productividad y el bienestar de toda la población vayan de la mano? Con una riqueza natural impresionante y una población joven y vibrante, América Latina y el Caribe están en un momento crítico para replantear su futuro. Sin embargo, los obstáculos son enormes:

La región sigue atrapada en un ciclo de bajo crecimiento, alta informalidad y, sobre todo, marcada desigualdad. Un 32% de los latinoamericanos vive en condiciones de pobreza, mientras que la mitad de la fuerza laboral trabaja en la informalidad, sin acceso a los beneficios básicos que permiten salir adelante.

La insuficiente inversión en educación y capacitación resulta en una fuerza laboral con habilidades limitadas, reduciendo su capacidad de integración formal y de innovación y adaptación tecnológica. Según datos de la CEPAL, la región invierte en promedio un 5% del PIB en educación, muy por debajo de otras regiones en desarrollo. Estrechamente relacionado con lo anterior, los centros urbanos han experimentado una disminución en actividades manufactureras, desplazándose hacia servicios no comercializables de baja productividad, como el comercio minorista y los servicios personales.

Por otra parte, las brechas en infraestructura adecuada, como transporte y comunicaciones, impone mayores costos de producción y limita la integración económica. El Banco Mundial señala que la inversión actual en infraestructura en América Latina es la mitad de la necesaria para cerrar las brechas existentes.

La baja sofisticación del aparato productivo en América Latina y el Caribe es una causa central de la trampa de baja productividad, limitada competitividad y poca integración en las cadenas de valor globales. Superar estos desafíos requiere diversificar y modernizar los sectores productivos mediante inversión en innovación, desarrollo de capacidades tecnológicas y políticas que incentiven la integración en cadenas de valor globales. Según datos del Observatorio de Complejidad Económica (OEC), en 2022, varios países de América Latina presentaron posiciones rezagadas en este índice. Para la muestra, las economías más diversificadas de la región ocuparon puestos muy bajos, con la única excepción de México que ocupó el puesto 21 a nivel mundial. Brasil ocupó el 49, Colombia el 58, Argentina el 61 y Chile el 70.

Desde un punto de vista no económico, varios países de la región se ven afectados por altos niveles comparados de inseguridad que impactan negativamente el clima y las decisiones de inversión y la operación de las empresas, incrementando costos y reduciendo la productividad. Además, América Latina puntúa 44/100 en el índice de percepción de corrupción de Transparencia Internacional, debajo del promedio global erosionando la confianza en los sistemas políticos y desincentivando la inversión.

La seguidilla de crisis internacionales en las últimas décadas también ha tenido un impacto profundo y multifacético en América Latina y el Caribe, afectando su capacidad para configurar un crecimiento sostenido y sostenible. Eventos como las recurrentes crisis financieras, la pandemia de COVID-19, la guerra en Ucrania y la inflación mundial, han exacerbado algunos de los problemas de la región y han generado nuevos desafíos que limitan su desarrollo: Aumento de la pobreza y la desigualdad; mayor una presión fiscal y niveles de deuda; mayor inflación mundial y en especial de alimentos y energía, sumada a una fuerte disrupción de las cadenas de suministro; menor flujo de recursos de apoyo a la región combinado con salida crecientes de capitales y un panorama de reconfiguración rápida de cadenas de valor globales donde las oportunidades dependen de óptimas condiciones de infraestructura y logística que no tenemos.

Aunque este estudiado y sobre diagnosticado panorama aparece desolador, los desafíos asociados también ofrecen una oportunidad para replantear el modelo de desarrollo hacia uno más dinámico, inclusivo y sostenible. Tal como advierte el premio Nobel Daron Acemoglu: "El crecimiento económico no es solo un problema de inversión y tecnología, sino de instituciones fuertes y de una ciudadanía con voz". El problema originario de la baja productividad y competitividad en América Latina y el Caribe parece radicar en la debilidad estructural de sus instituciones y en un aparato productivo centrado en sectores de bajo valor agregado y con poca inversión en innovación. Las instituciones débiles generan ineficiencia, corrupción y una falta de incentivos para la formalización y la modernización económica, limitando el desarrollo de industrias tecnológicas y de alto valor agregado.

Inspirados en el trabajo de este autor y su colega James A. Robinson sobre la importancia de las instituciones inclusivas, este foro reunirá a líderes globales, expertos en desarrollo y personalidades de renombre para analizar y debatir cómo la región puede construir un modelo de desarrollo que eleve la productividad sin dejar a nadie atrás. Intentaremos encontrar respuestas a preguntas fundamentales: ¿Cómo podemos aumentar la productividad de manera equitativa? ¿Cómo asegurar que las nuevas oportunidades lleguen a quienes más las necesitan? ¿Cómo superar las barreras que han limitado el crecimiento de la región por décadas?

América Latina tiene el potencial y la oportunidad de establecer una senda de crecimiento que realmente beneficie a toda su población, y este Foro será un paso clave hacia ese objetivo, diseñando un plan de acción concreto para mejorar la calidad de vida y crear una economía más justa, resiliente y sostenible.

32%

porcentaje de latinoamericanos

que vive en condiciones de pobreza

50%

porcentaje de la fuerza laboral

que trabaja en la informalidad

5% del PIB

promedio de inversión en educación en la región

Según la CEPAL, muy por debajo de otras regiones

6%

Participación de América Latina

en el comercio global

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